Cuando me propusieron la idea de escribir para este blog acepté sin pensar, la idea me apasiona. Así que empecé a plantear la temática de mi texto. Me ponía a observar, a pensar, y se me ocurrían decenas de temas interesantes que poder tratar, con multitud de enfoques posibles. Y todos ellos se me aparecían de forma escalonada, inconexa, como destellos que trataba de recoger rápidamente en la hoja de texto antes de que dejaran de brillar.
También pretendía crear un contexto relevante que contuviera todas esas ideas, esos pensamientos sobre los que me gustaría hablar, de manera que tuviera coherencia y un hilo argumental que condujera el texto a alguna conclusión trascendente. Pero no era capaz. Cada vez que me ponía a ello se me ocurría una nueva manera que consideraba mejor, o un tema diferente que se me antojaba más atractivo.
Otro problema recurrente era que muchos de esos temas acababan pareciéndome demasiado superfluos para ser tratados, demasiados vacíos de contenido, “con poca miga”. Otros que me parecían más oportunos, reflexivos y a la altura de los demás escritores del blog, acababa viendo cómo se me escapan de las manos a medida que escribía, dándome la impresión de que dichos temas le venían grandes a mi novel capacidad de bloguero como para dejar opinión escrita y pública sobre ellos.
Y así se me iban pasando las horas, hasta darme cuenta que esta situación no es más que una analogía de lo que muchas veces ocurre en la vida. De lo que a muchos nos pasa. Tenemos la firme voluntad, puede que tengamos incluso los conocimientos y ciertas habilidades, pero nunca nos sentimos del todo preparados, del todo confiados para hacer lo que realmente nos gustaría hacer.
Las dudas comienzan a fluir por nuestra mente, y vienen para mostrarnos que no somos tan buenos como creíamos. Empezamos a pensar que no somos suficientemente aptos para hacer o estar allí donde realmente nos gustaría porque hay una voz en ti que te dice que no estás a la altura. Y por eso sigues tratando de mejorar en todos los aspectos posibles, a la espera de la situación propicia, del momento oportuno. Pero no llega. Parece que cuanto más sabes, que cuanto más te preparas, mayores son los argumentos que esa voz interna tiene para disuadirte de tu intento.
No podemos silenciar a esa voz, no podemos matarla porque está arraigada en lo más profundo de nuestra mente. Pero sí podemos actuar a pesar de ella.
Lo que he tratado de decir en estas líneas es que es cuando queramos emprender el camino hacia nuestro sueño no podemos ser unos imprudentes, pero tampoco ahogarnos en nuestras inseguridades. Es nuestra obligación agotar la vía racional intentando analizar todos nuestros puntos débiles y todos los posibles contratiempos y vicisitudes, y realizar planes para solventarlos en caso de que efectivamente se materialicen. Y no te quepa duda que cuanto más preparado estés, más problemas se aparecerán ante ti, pero también mayores recursos tendrás a tu alcance para solventarlos.
Así que por muchas cosas malas que podamos encontrar no podemos asustarnos y abandonar, sino encontrar la manera de minimizarlos, sin perder la animosidad, y después preguntarnos: con lo que he analizado y las estrategias que he dispuesto; ¿estoy dispuesto a correr el riesgo a cambio de tener la oportunidad de alcanzar mi objetivo?
Recuerda que los factores que pueden incidir en el éxito o fracaso de un proyecto son imponderables, así que no te asustes, prevé y planifica todos los que puedas y obtendrás una situación de partida ventajosa. Tampoco busques la motivación necesaria para desarrollar tus proyectos en el exterior, hállala en la propia tarea que desempeñas, disfruta cada paso que des y espera a que la fortuna ponga el resto, te señale con el dedo y te diga que a ti si te va a conceder el privilegio de salir airoso del desafío, consiguiendo alcanzar así tus metas.
Alejandro Gómez
Máster en Dirección de Marketing
Realizando prácticas en Nexian Training